viernes, 6 de noviembre de 2015

La libertad le agitaba el pelo mientras conducían por largas carreteras empolvadas de algún desierto perdido en California, las locuras les gustaban de dos en dos, acelerar mientras la música callaba sus pensamientos pero la risa contagiosa de ella sobresalía sobre cualquier sonido. ¿Huían? Sí, pero de ellos mismos, de todas las cadenas que se habían puesto en algún momento de su vida, de los juicios de sus círculos cercanos, de lo que sus padres querían que ellos fueran, de lo que nunca serían. Eran los valientes enamorados que toman su maleta y rompen la hucha, los que toman un avión a ninguna parte y empiezan de cero una y otra vez. Camarera hambrienta, repartidor aventurero,¿Qué más da si vivían en el apartamento más pequeño de la costa Oeste? A él le gustaba tirarse en la cama a hacerle la vida imposible mientras ella releía viejos clásicos que compraba en mercadillos de barrio, a ella le encantaba sentarse en el suelo para cenar con velas y vino barato, tararear música y bailar con él hasta que se tiraban al sofá entre risas. No eran normales, no pretendían serlo. Prometieron nunca llevarse el estrés a casa, nunca discutir, pero era inevitable, pero entre gritos y reproches se daban cuenta que se querían y tras unos silencios orgullosos, alguno de los dos conseguía que el sol volviera a salir y el sonido metálico de los muelles decía todo aquello que no eran capaz de decirse.

Eran raros, ambos, pero se encantaban. Siempre que podían se quedaban hasta el amanecer hablando, de lo que fuera, siempre tenían algo por lo que hablar. Amaban perderse con el coche, literalmente, y discutir por quien tuvo la culpa de la decisión de ese último giro. A ella no le gustaba la monotonía, a él le aburría. Había gente que pensaba que eran demasiado dispares, que ella le contagiaba la locura, que él le cortaba las alas, poca gente sabía que eran su veneno y su antídoto, una combinación mortal pero adictiva si la consigues.

Echaban de menos a sus familias, a ratos extrañaban sus vidas acomodadas en trabajos grises... pero jamás pensaron en volver, cuando saboreas la verdadera libertad, cuando descubres que no te hacen falta televisores planos, ni ordenadores de último modelo, ni tan siquiera móviles con Whatsapp, cuando te das cuenta que todo lo que necesitas sonríe a tu lado mientras conduce y te despeina el pelo, no quieres nada más. Absolutamente nada más.

Fueron un terremoto en sus vidas, la unión de algo grande, algo que algunas personas podían considerar un error

—Bueno nena, ¿Cometemos un error más?— Preguntó él mientras ella sonreía sin necesidad de asentir.

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